La mezquita no es solamente el principal edificio religioso, sino genuina creación, también, de la civilización islámica y relevante institución sociocultural. Y para explicarla en buena parte como realización arquitectónica, conviene tener un entendimiento correcto de lo que es, como concepto y función, la arquitectura en el Islam. No tabernáculo o “casa de Dios”, sino, simplemente, el lugar de la oración -de la ritual oración islámica, naturalmente-, y también, sitio privilegiado de meditación, solaz espiritual, comunicación entre los hombres, y enseñanza. De ahí su indudable sencillez original, que con frecuencia se mantiene a pesar de parciales lujos y esplendores que también en ella se dan ocasionalmente, y en especial en el área islámica noárabe: persa, turco o hindú preferentemente. Como en la mayor parte de sus realizaciones, el Islam originario aporta un modelo o arquetipo conceptual que, cumpliendo su función, no tiene mayor inconveniente en aceptar y asimilar las estructuras y elementos más ajenos y dispares, consiguiendo, además, refundiciones de una rara originalidad. He aquí una buena explicación, al menos parcial, para el tan debatido tema del sincretismo musulmán, y que en el campo de las artes, por supuesto, actúa también con claridad, aportando con gustos elementos de otras muchas áreas culturales: bizantinos -profusamente-, hispanorromanos, helenísticos, chinos, iranios, hindúes…
Quizá los elementos más significativos de una mezquita sean los no propia y estructuralmente arquitectónicos: alminar, mihrab o nicho en el muro de la qibla, y fuente para las abluciones, con su patio (sahn). Por eso, en realidad, las plantas pueden responder a muy variada tipología, y aceptar aportaciones, en principio, casi insólitas, como la basilical. En cualquier caso, los tipos principales serían los de la mezquita en T, propia del Magreb, la selchuca (selyukí), cruciforme, con cuatro salas laterales o iwanes, y la turco-anatolia de cúpulas, que alcanza su máximo esplendor con los otomanos, y está directamente emparentada con la Santa Sofía bizantina.
Córdoba, Ispahán o Estambul (Istanbul) brindan, respectivamente, espléndidos ejemplares: aunque seguramente sea El Cairo la ciudad monumental por excelencia, con espléndidas mezquitas, que van desde la de Ibn Tulun (siglo IX) hasta las mamelucas más tardías. En el ámbito islámico hindú, los edificios se distinguirán ante todo por una fastuosidad y espectacularidad verdaderamente “barrocas” y una especial ampulosidad de la decoración; en tanto que, en el África negra, sorprenden habitualmente por su sencillez (las mezquitas de Tombuctú -Timbuktu-, o la Gran Mezquita de Jenné, en Mali, el mayor edificio de adobe del mundo).